lunes, 16 de julio de 2007

LA MÁSCARA DEL CARNICERO

Era nuevo en el bar pero su presencia llamaba la atención. Aunque era un estadounidense discreto, sereno y amable que bebía Jack Daniel´s en silencio mirándose las manos como si buscara en ellas alguna respuesta, a partir de la segunda copa todo cambiaba en él. El gesto se le mudaba como si un cuervo le hubiera aleteado en el estómago. Encendía un cigarrillo y se enzarzaba en un monólogo extraño.
Aunque ahora trabajaba para una multinacional, había estado mucho tiempo en la guerra de Vietnam y, como si la bebida fuera su personal y cuántico viaje en el tiempo, acaba volviendo allí una y otra vez. Entre su español con acento de Arkansas y la bruma que el alcohol ponía en su voz, la barra, de repente, olía a jungla y a arrozales. Olía a napalm.
- Fue una guerra podrida –decía con voz quebrada-. Fue un error como todas las guerras perdidas, y yo no puedo quitarme de la cabeza el recuerdo de las caras de todos esos hombres, mujeres y niños que murieron por mi culpa.
Hacía una pausa y continuaba.
- Un horror de vísceras y lamentos. Gritos y cuerpos destrozados. Sus fantasmas se me aparecen todas las noches y sólo la bebida hace que sus rostros se borren. Sólo así puedo dormir.
Apuraba su copa y volvía a mirarse las manos como si buscara en ellas rastros de sangre. Pedía que le sirviera una nueva consumición y yo lo hacía con gesto imperturbable pero sabiendo que aquella noche me costaría conciliar el sueño.
Finalmente otro cliente, carcomido por la curiosidad, no pudo más y le preguntó:
- ¿Qué hacía en Vietnam? ¿Era marine, piloto de combate, boina verde...?
El americano dejó por un momento de mirarse a las manos y clavó los ojos en los ojos de su interlocutor.
-No – le contestó- Yo era médico.
Y tras una pausa, con la voz entrecortada de lágrimas, añadió:
- Pero muy torpe.

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