- Bueno yo, ya sabes, sigo en la revista llevando lo de Cultura. ¿Y tú qué tal?
Eran periodistas y se conocían desde que coincidieron en la facultad. No se veían muy a menudo pero seguían conservando una de esas amistades lejanas y frías que son a la amistad lo que la merluza a las varitas ultracongeladas. Los dos bebían whisky.
- Yo ahora soy corresponsal de un periódico pequeño.
- Qué emocionante, te pasarás todo el día de avión en avión.
- No exactamente. Es un periódico modesto y con poco presupuesto. En realidad tengo un bono-tren y me tienen todo el tiempo recorriendo países. Si da la casualidad que ocurre algo en el que estoy, envío una crónica. Y si no aprovecho para dormir porque no hay dinero para hoteles.
Su antiguo compañero le miró con una cierta lástima y, más por animarle que por otra cosa, continuó.
- Pero bueno, es un trabajo excitante que te llenará de adrenalina porque puede ser peligroso.
Acabó su copa, me pidió otra con un gesto y respondió.
- La última vez que estuve en la redacción pedí que me compraran un chaleco antibalas, pero el director me dijo que era muy caro. Que me pusiera un par de jerséis gordos de lana que era casi lo mismo.
- Pero ¿y esa emoción de mandar por ordenador una crónica escrita en el fragor de la noticia?
- No tengo ordenador –contestó lacónico su amigo- Dicto lo que escribo por teléfono.
- Claro, un teléfono de esos vía satélite de última generación.
- No. Cuando paso por el periódico me dan un saquito con monedas y llamo desde alguna cabina que encuentre.
Apuró su copa de un trago y continuó.
- Por cierto, se me hace tarde. ¿Qué le debo? –dijo dirigiéndose a mí.
- Deja, deja –se apresuró a atajar su amigo- Ya pago yo. Se despidieron y le vi alejarse hacia la salida con un paso marchito y ceniciento. Como tantas otras veces. Siempre contaba la misma historia y siempre le salían las copas gratis. Era un periodista. De raza.
jueves, 12 de julio de 2007
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