Era un tipo muy normal. Tenía aspecto de ejecutivo en triunfo y vestía unos trajes no muy elegantes pero perfectamente planchados, como si su mamá le hubiera preparado el vestidito de marinero para la primera comunión. Un día, después de un vermú con unas gotitas de ginebra, nos contó su historia. Una de esas historias que hacen que los bares seamos la memoria del mundo.
- Cuando yo era pequeño teníamos un pobre –decía-. Una vez por semana venía a casa, llamaba a un timbre que había en el portal y yo, que era un niño, me asomaba a la escalera y preguntaba:
- ¿Quién es?.
- Soy el pobre – decía él.
- ¡Mamá, es el pobre! - repetía yo a voz en grito - y tras el preceptivo permiso de mis padres, le dejaba que subiera sin llamar a la Guardia Civil o aporrearle como hubiera sido lo normal en la época.
Yo fingía sacarle brillo a una coctelera, pero le escuchaba con atención.
- Venía con una escudilla y mi madre se la rellenaba con un guiso de lentejas y luego, como con disimulo, le daba cinco pesetas y un churrusco de pan. Cogía lo suyo con una mirada infinitamente triste y bajaba las escaleras para perderse de nuevo en la calle.
Mi cliente le dio un sorbito a su vermú y continuó con voz afligida.
- Aquello marcó mi vida. Tanta miseria le dio a mi existencia un objetivo. Supe que cuando fuera mayor dedicaría mi vida a una sola causa.
Los barman no podemos mostrar nuestros sentimientos en público, pero he de reconocer que la historia me había conmovido. Le serví un nuevo vermú con unas gotitas de mi mejor ginebra. Y él repitió.
- Supe que cuando fuera mayor dedicaría mi vida a una sola causa.
Se atizó el cóctel de un lingotazo, y mirando orgulloso al auditorio y recolocándose la chaqueta dijo con una sonrisa podrida:
- ¡Cuando fuera mayor tendría mi propio pobre!
viernes, 27 de julio de 2007
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3 comentarios:
No sé por qué pero esa historia me resulta familiar. Sigue así que esto va muy bien
¡Lástima de esa tu mejor ginebra que dejaste caer en el segundo vermut!
Lo he dicho .... me voy aficionando al lugar ....
Gracias anónimo. Y Verónica, ciertamente una lástima: hasta la cicuta hubiera sido un desperdicio para él.
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