
- Están prohibiendo fumar en todos lados -insistió mientras encendía otro cigarrillo rubio de los que llevaban amarilleándole los dedos desde hacía décadas-. En las oficinas, en los organismos públicos y hasta en muchos bares.
Hizo una pausa y continuó mientras le servía su nostálgica y antigua consumición.
- ¿Y qué sería de un borracho sin su cigarrillo?
Dio un sorbo a su bebida y picoteo una de las almendras que le había puesto de aperitivo como si fuera un pajarito o una ardilla desganada.
- ¿Sabe qué le digo? Que todo esto que se hace contra el tabaco es una mascarada. Se gastan millones en campañas contra el tabaco y los jóvenes fuman cada día más, en especial las muchachas. Aunque –y una resignada nostalgia se le dibujó en los labios- ya ninguna sabe fumar como Lauren Bacall.
Apagó su cigarrillo con exquisita delicadeza en el cenicero y añadió tras permanecer un rato pensativo:
- Llevo fumando más de sesenta años y la verdad es que creo que deberían prohibirlo. Tienen razón. Habría que dejar de venderlo y cerrar todos los estancos. Eso sí...
Apuró su bebida y añadió:
- Si los fumadores somos enfermos, en muchos casos irrecuperables, el estado debería seguir dándonos el tabaco gratis como se les da la metadona o la heroína a los drogadictos. Así debería de ser.
Se dirigió hacia la salida con ese paso lento y ceremonioso que sólo dan la vejez y un poquito de artrosis.
-Que lo hagan –me dijo a modo de despedida.
Y antes de cruzar la puerta comentó con una sonrisa desafiante en los ojos:
-Si tienen pelotas.